Resulta evidente que los grandes intereses de las compañías petrolíferas y de otras multinacionales están construyendo un sistema económico insostenible. Basta con observar, por ejemplo, la carestía de agua en muchas zonas del planeta.

Si no reaccionamos pronto para frenar este cambio climático, cuando queramos hacerlo ya será tarde. Hace ya unos años, en 2006, el que fuera vicepresidente de Estados Unidos, Al Gore, lanzó un serio aviso con su famoso documental Una verdad incómoda: La crisis planetaria del calentamiento global y cómo afrontarla. Pero no parece que hayamos hecho mucho caso de sus advertencias.

En los sistemas antidemocráticos, la función de la educación es producir ciudadanos obedientes que se conviertan en mano de obra barata sin capacidad de negociación e ideológicamente adoctrinada para pensar que el grupo que detenta el poder encarna los mejores valores de la historia.

La posibilidad de solución está fuera de nuestro alcance porque en la sociedad globalizada en que vivimos el consumismo se ha convertido en una meta vital del individuo y la educación está basada en el individualismo feroz. De hecho, los ciudadanos dejan de ser tales por ser educados para convertirse en individuos que compiten en todos los órdenes de la vida.

Mientras no se transforme a los seres humanos de individuos consumistas y egoístas a ciudadanos responsables de la vida colectiva, no hay solución para ningún problema, ni grave ni ligero. Urge un sistema basado en la igualdad de oportunidades donde el esfuerzo sea premiado.